Hay algo que me repito con cierta frecuencia: soy un desastre. A veces creo que me lo digo más veces de lo que debiera, y el problema es que suelo hacerlo en modo regañina. ‘Se me ha olvidado aquello que iba a traerte, ¡soy un desastre!’. ‘Se me han quemado las croquetas, ¡soy un desastre!’. ‘La inspiración no acude a mí, ¡soy un desastre!’. Está la versión calma y la versión berrinche soy un desastre-con–lágrimas–y–mocos (esta última no siempre tiene que estar fundamentada, sería algo así como lo que explica la gran Agustina Guerrero en esta tira. Confesadme que no soy la única que se ha visto en una muchas de éstas).
En mi opinión, aquí hay un problema de base, que consiste en esa gran mentira que nos meten a diario en la cabeza de que tenemos que ser perfectas y todo tiene que salirnos a pedir de boca. Lo vemos en la tele, en las revistas, en las películas y en las series. La mujer de la vida moderna tiene que aspirar a ser una superwoman que va siempre bien peinada, trabaja dentro y fuera de casa, organiza su tiempo a las mil maravillas, es eficaz, resolutiva y hace deporte (y ya no me meto en el tema de los niños porque aún no soy madre y pecaría de desconocimiento – para esto mejor pasar por el Club de las malasmadres, donde he oído que lo explican muy bien). Y lo peor de todo es que tratan de colarnos esta patraña cuando aún quedan un montón de pasos por dar en el peliagudo tema de la igualdad y sus historias (pero de esto mejor hablamos otro día, si acaso…).
El otro día buceaba por Pinterest (cuidado con éste, que puede ser fantástico, pero también tiene ese puntito cruel de hacernos creer que todo a nuestro alrededor es perfección y armonía) y me topé con una frase que resumía bastante bien ese sentimiento de ser un desastre con patas, pero uno maravilloso, de esos que se merecen grandes dosis de amor y cariño, no sólo por parte de los demás, sino de uno mismo (en especial, de uno mismo). Y de ahí surgió esta lámina, cuya cita pertenece a la escritora Elizabeth Gilbert.
Y no hay nada más cierto. Estoy muy lejos de ser perfecta. No sé hacerlo todo bien, a veces la pereza me gana la batalla, procrastino con frecuencia y hay días en los que me frustro antes de tiempo. Pero también pongo mucha ilusión y ganas en las cosas que hago, me levanto cada vez que caigo, soy perseverante y quiero bien a quienes me quieren. Por todo eso y más me quiero (y me repito que debo quererme cuando se me olvida), porque no puedo vivir mi vida basándola en expectativas y comparaciones y porque igual que aceptamos los defectos de quienes nos rodean, debemos también aceptar los nuestros. Algunos podrán trabajarse y corregirse y otros simplemente formarán parte de lo que somos.
Así que hoy me permito lanzar este consejo (para vosotras y, sobre todo, para mí misma): Eres un desastre maravilloso, abrázate.
¡Que paséis un gran día!