Quería haber empezado (y acabado) esta entrada hablando de algo divertido, apasionante, interesante. Pero como esos cantantes que cuentan con música su hazaña fallida por escribir la canción más bonita del mundo, yo hoy no doy para mucho más que para alabar las bondades del viernes, que al menos promete tiempo libre y descanso.
Silenciar el despertador un par de días y vivir al ritmo que marquen mis constantes vitales. Sacar algún que otro ratito para estirar el cuello, cerrar los ojos y, cual caracol, disfrutar de este sol maravilloso y de unas temperaturas quasi-veraniegas (nota mental – y escrita – desempolvar mis pintauñas y darle color a mis pies; desterrar las medias al fondo del cajón; preparar mi piel para el verano – por favor no se me olviden del protector solar).
Por aquí hace tiempo de playa y la orillita del mar goza ya de un buen puñado de sombrillas, toallas sobre la arena y familias con el pack completo de mesas, sillas, neveras y un buen cargamento de filetes empanados y tortillas de patatas. Aunque yo aún no me he atrevido a lucir palmito en bañador. Y es que, un año más, llego tarde a la operación bikini. Pero como vale más tarde que nunca, estoy en pleno proceso de coger el hábito de salir a andar. Una buena caminata de pasitos rápidos y que el tono vaya llegando a su ritmo, sin fechas impuestas ni objetivos disparatados.
Quizás busque algún momento para seguir jugando con mis acuarelas, sentada en el patio bajo el sol, con una cerveza fresquita y algo de música de fondo (sí, esto suena tan bien, que definitivamente tengo que buscarle un rato).
En resumen, este fin de semana me escapo, me escapo del mundo aunque sea desde el sofá de casa. Aparco la rutina para que ésta me vaya cogiendo fuerzas, que el lunes se nos vuelve a presentar en un santiamén y, no sé vosotros, pero yo prefiero recibirlo con una sonrisa, así que a disfrutar del tiempo libre.
¡Hasta el lunes!