Con eso de que la temperatura esta primavera está siendo casi de verano, cada vez que tengo ocasión traslado el laboratorio de pruebas a la terraza. Y allí, al solecito, he elaborado esta manualidad cargadita de flores, como bien manda la estación. En mi última visita a Londres, pasé por una tienda inmensa en la que todo amante de las artes y el craft que se precie desearía perderse: Cass Art, donde compré un cuaderno de postales en blanco para pintar con acuarela.
Como yo la técnica de la acuarela aún no la domino demasiado (clic aquí para ver mis pinitos en este mundo), opté por trabajar con unos lápices de color acuarelables de Faber-Castell (gama económica, que para principiantes ya va bien), cuya textura pasa a ser de acuarela cuando se le aplica agua con un pincel. Lo cierto es que el resultado al dibujar con estos lápices es muy bonito, tanto en seco como en húmedo (podéis echarle un ojo a mi receta de pan casero para ver cómo queda sin el acabado acuarela).
Tenía ganas de probar algo nuevo y dejarme llevar, sin presiones de tiempo ni de resultados, que a veces nos olvidamos de disfrutar de esas cosas que una vez empezamos a hacer porque nos hacían sentir felices y relajados. En mi improvisación sobre la marcha, decidí probar a dibujar a mano unas flores acompañadas de otros motivos que completasen la postal. Utilicé un poco de acuarela rosa para el marco, azul para el cielo y algo de verde para darle un toque a los tallos.
Para no dejar el reverso en blanco, repetí el marco en rosa y dibujé algunas flores en los márgenes, todo acorde con la parte delantera de la postal y evitando recargar demasiado el conjunto.
Ahora sólo queda encontrar el momento idóneo para enviarla y quizá recuperar esa mágica costumbre del correo postal. Dado que son tan personalizables como a mí me apetezca, puedo diseñar postales para cualquier motivo especial y seguro que los destinatarios agradecen encontrarlas al abrir el buzón.
¿Os gusta el resultado? Yo estoy la mar de contenta, ¡para qué negarlo! :)
¡Hasta el viernes!