Es verano y este año tengo ganas de pasármelo bien haciendo cosas bonitas. No me llaman los planes locos y desenfrenados, ni las noches de bailes y copas pasadas de alcohol. No quiero ir a la playa por sistema para mantener el bronceado de rigor, no me apetece perderme entre una multitud. Quiero paz y calma, días cálidos y noches frescas, bajar a la piscina cuando aún no hay nadie y escaparme a la playa un lunes por la mañana. Quedar con amigos de los buenos para almorzar, compartir con ellos un café helado, sentarme en una terraza de noche y beberme un tinto con limón, conversar sin darme cuenta de que pasan los minutos y saborear un gin tonic a pequeños sorbitos. Escuchar música y cantar una y otra vez mis canciones favoritas. Una y otra vez.
Me compré esta máquina de escribir hace nueve años en una charity shop de Londres por diez libras. No me lo pensé, ni hice planes mentales de qué haría con ella. Llegué a casa, comprobé que funcionaba, escribí cuatro tonterías y la cerré. Así ha permanecido durante todo este tiempo. Se trasladó conmigo en cada una de mis mudanzas inglesas y decidí conservarla cuando regresé a España. Hace un par de meses el señor Wayne, quizás harto de ver el trasto dando vueltas por los rincones de las dos casas que hemos compartido hasta la fecha, la destapó y la colocó en una de las estanterías del salón, donde luce bien bonita. Desde entonces venía mirándola y preguntándome si funcionaría, si le quedaría algo de tinta fresca después de casi una década, si aún tendría algo que decir.
Llevo unas semanas acuarelizando mi vida. Me duermo pensando en colores al agua y me levanto con combinaciones mágicas en mi cabeza (aunque aún me falte la destreza para que al plasmarla en el papel sean igual de ideales). Voy del estudio al salón y del salón a la terraza agarrada a mi estuche de lápices y mi paleta de acuarelas. Mezclo, juego, investigo, y un montón de hojas en blanco, deseando contar historias de colores, espantan el miedo a fracasar. Selecciono y descarto, pero conservo cada pedazo, hasta los que no han de mostrarse.
Mi máquina de escribir escribe, y no sólo tiene cosas que decir, sino que además las canta. Los colores de mi cabeza, mejor o peor combinados, le hacen compañía y le ayudan a contar historias mágicas, de miedos vencidos y nuevos caminos. Mi verano se hace bonito y presiento que voy a pasarlo muy bien.
Si aún no sabes quien canta, dale al play y disfruta… ♥