Hoy os propongo un juego. Bueno, más que un juego es una especie de terapia. Me explico. Una de las cosas que menos entusiasmo me producen en el mundo es ir al supermercado. Creo que esa y echarle gasolina al coche son dos de las tareas de obligado cumplimiento que más rabia me dan. Pagaría para que los productos de la nevera y la despensa fuesen automáticamente repuestos conforme se van gastando o por tener el supermercado en casa, al cruzar la puerta de la cocina, como en un anuncio que no hace demasiado echaban por la tele.
Desafortunadamente, ninguna de estas dos opciones es factible y dado que tengo un supermercado bien hermoso a dos minutos de mi casa, no me queda otra que echarme las bolsas reutilizables en el bolso y salir a hacer la compra. De un tiempo a esta parte estamos intentando planificar los menús de la semana antes de pasar por el súper, con el fin de evitar eso que me sucede con frecuencia: llegar a casa con dos bolsas enorme llenas de mil y un productos y no tener dos que cuadren para crear un plato.
Pero hoy quería hablaros de los básicos (ya veis, que yo lo mismo os hago un post de los básicos del armario, como de los del súper). Esos productos que, con o sin lista de la compra hecha, pasan por caja religiosamente tras cada visita al supermercado. Esos que llevas escrito a fuego en la cabeza y que retiras de las estanterías en modo autómata. Estanterías a las que sabrías llegar incluso con los ojos cerrados, aunque después de doscientas visitas sigas sin saber dónde encontrar la sal.
- El básico estrella, ese que compras por sistema, sin meditarlo ni comprobar cuánto queda en casa. Para nosotros, los piquitos. Comprar un par de bolsas más nunca será un problema. Y es que el bote de piquitos es lo primero que se pone en la mesa después del paño.
- El básico socorrido, ese que en tiempo récord y con un nivel de esfuerzo cero, tienes listo para comer cuando vas mal de tiempo, cuando es muy tarde para ponerse a cocinar o, simplemente, cuando no te apetece mover un dedo. ¡Qué mejor que una pizza! Unos minutos al horno, y a la mesa.
- El básico sano. El básico con más prestigio, ese que te hace sentir bien y equilibra tu dieta. Aquí el combo ensalada es el rey de la casa. Adoro las ensaladas y podría vivir a base de ellas (eso sí, con muchos, muchos ingredientes extra: tomate, zanahoria, queso, atún, aguacate, frutos secos,…).
- El básico «no debería». Éste es el que no casa con ninguno de mis intentos por comer sano-sano y dejar de picar cosas pecaminosas de las que van directas al culete. ¡Ay, las patatas fritas! Yo no sé abrir un paquete y dejar de comer antes de que se haya acabado. En mi casa tienen nombre propio y se llaman Lay’s Campesinas.
- El básico clásico. Que no es otro que el que llevas comprando desde que pusiste un pie en un supermercado por primera vez en la vida. Ya era el rey de la despensa mis años de universitaria y casi no ha perdido el puesto después de haber superado la barrera de los treinta: el atún en lata. El ingrediente más socorrido jamás inventado, el que sirve para ensaladas, pizzas, pasta, arroces, bocadillos y un largo e innumerable etcétera.
Y como os dije al principio de esta entrada, la terapia que os propongo es que me contéis los vuestros. ¿Cuáles son esos básicos que caen en el carrito sí o sí en cada visita al supermercado? Seguro que nos reímos un rato y me atrevería a decir que hasta puede que aprendamos algo nuevo. Nunca es tarde para añadir un nuevo básico a la lista.
Que paséis un gran día.