Sí, como posiblemente estéis imaginando, por aquí estamos de mudanza. Bueno, no hemos empezado aún, pero es inminente y creo que mis dolores de espalda ya se empiezan a manifestar como anticipo de lo que se me viene encima estas semanas.
Toda mudanza tiene un sólo momento ideal: encontrar el piso. Vas a verlo y recorres las distintas habitaciones de la casa sonriendo, pensando ‘es éste’. Das el sí y te dicen que es tuyo y ahí tienes tu instante de felicidad. Luego llegas a la que aún es tu casa y piensas ‘cómo narices voy a ser yo capaz de sacar todo esto de aquí’.
Y en ese episodio me encuentro yo ahora mismo. En el que miras de refilón los mil y un trastos que te rodean e intentas pensar en otra cosa, mientras te invade el fuerte deseo de tener los poderes de Mary Poppins y que las cosas se hagan con un un simple chasquido de dedos. Y es que lo malo después de cuatro años de convivencia es que prácticamente lo único que dejamos en esta casa son el suelo y las paredes, porque ya somos dueños de todos los muebles con los que llenamos cada habitación: cama, cabecero, sofás, mesas, sillas, escritorio y un largo etcétera de objetos acumulados (algunos útiles y otros no tanto) a los que probablemente maldiga a la hora de sacarlos de aquí.
Una buena cosa de las mudanzas es la posibilidad de deshacerte de trastos que sabes que no necesitas y así sacudirte un poco el síndrome de Diógenes del que a veces abusamos. Porque aunque mi ropa no requerirá de ninguna otra criba este invierno, después de la limpieza de armario de la que os hablé hace unos meses, no estoy segura de poder decir lo mismo de mi rinconcito craft. Ahí fijo que me toca ser selectiva y objetiva (y puede que hasta me de para un post) y deshacerme de más de una y de dos cosas.
Os adelanto que es muy probable que me leáis despotricar y quejarme del cansancio que se convertirá en compañero de viaje estas próximas semanas. Prometo intentar afrontarlo con la alegría que me da el saber que no queda mucho para estar instalados en nuestro nuevo hogar, una casita preciosa y libre de gotelé (y aquí cae una lágrima de emoción), con un montón de espacio para dejar de vivir en un Tetris continuo (suspiro y pausa).
Y a vosotros, ¿os gustan las mudanzas? ¿Se os da bien eso de organizar y trasladar mil y un trastos? Si tenéis algún consejo maravilloso que haga más alegre y llevadero este tipo de momentos, soy toda ojos y la sección de comentarios es toda vuestra. Y si no, unas palabras de ánimo siempre se agradecen.
Que paséis un día genial.