#PlayItLoud!
Antes de empezar reconoceré que el título de este post tiene trampa, porque hoy la cosa no va de huevos. Pero es que cuando comencé la ilustración que os enseño hoy, mi intención era unirme a esa ola de adorables huevos de Pascua que estos días inundan las redes y quizás acompañarlos de algún que otro conejito, que también se estila mucho por estas fechas.
Pero entonces me dio por pensar que poco podría yo contaros con ese dibujo, por muy preciosos que me hubieran quedado ambos. Y es que yo eso de los huevos y los conejos de Pascua no lo he vivido nunca. Para mí la semana Santa sabe a torrijas con miel, de esas que engordan con sólo mirarlas y que, además, son facilísimas de hacer en casa, a pestiños y a huesos de santos.
También a arropías, aquellos palos dulces y retorcidos de distintos colores que vendían en pequeños puestos justo antes de que pasaran las procesiones. Puedo verme pidiéndole a mi madre unos cuantos durillos para comprarme una y correteando por entre la gente que se agolpaba en las aceras de mi calle, buscando el mejor sitio para ver pasar a los tronos.
Lo cierto es que no soy nada «capillita», como suele decirse, y con los años mi interés por la Semana Santa ha quedado reducido a cero. Sólo con decir que he vivido en Málaga casi nueve años y no he visto ni una sola procesión aquí (además de que hace dos años me quedé atrapada en el centro de la ciudad por culpa del cruce de no-sé-cuántos pasos y se me quitaron las ganas de volver a pasar por allí en estas fechas tan señaladas).
Pero cuando era más pequeña sí que me gustaban mucho las de mi pueblo, que son más de andar por casa, y me encantaba bajarme con mi madre a la calle a verlas pasar. Aunque un año, cuando ya era algo más mayor, en uno de esos «al cielo con ella» a punto estuvo de caérsenos encima el palio de una Virgen. Creo que fue ahí cuando la Semana Santa y yo rompimos. También le tuve cierto aprecio en mi adolescencia, cuando la excusa de ir a ver el encierro de los pasos me permitía rascarle un par de horillas más a mi toque de queda, aunque el único encierro que yo practicara fuera el de atrincherarme en un bar (tú esto ya lo sabías, ¿verdad, mamá?).
Y nunca me olvidaré de aquel episodio en el pueblo de mis abuelos, pese a que no debía tener más de cinco o seis años, en el que mi madre accedió a vestirme de mini-nazareno para acompañar a la procesión del Santo Entierro y apenas empezó comencé a berrear y a pedir que me sacaran de allí porque tenía el firme convencimiento de que nos iban a enterrar a todos (lo que no recuerdo es de dónde me saqué aquella idea).
Ya veis, luces y sombras de las semanas santas de mi vida. Y vosotros, ¿tenéis alguna historia que recordéis con cariño? ¿Alguna tradición que año tras año llevéis a cabo?
Pasad un fin de semana genial y quienes tengáis la suerte de pillar vacaciones, disfrutadlas al máximo. Yo os espero el lunes por aquí con el nuevo calendario descargable.
¡Hasta entonces!

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