Llevaba ya un montón de tiempo con el gusanillo de tunearme alguna prenda. Unos vaqueros, una camiseta, una tote bag o unos zapatos, por qué no. La semana pasada, en una de mis visitas esporádicas, pero fructuosas al Lidl, me topé con unas zapatillas blancas la mar de baratitas (creo recordar que alrededor de los seis o siete euros) y los ojos me hicieron chiribitas. Objetivo a la vista. Saliese bien o mal, mi intrusión en el mundo textil estaba a punto de comenzar.
Para esta primera vez, he utilizado una tinta azul permanente para múltiples superficies de The Yellow Owl Workshop que tenía en casa, y he tirado de maña y pulso para fabricar mi propia sellito. Últimamente tengo un poco de fijación mental con las anclas, así que este fue el motivo que elegí para mi gran aventura. Como quería que fuese pequeñito, me costó lo suyo dar con el definitivo (la vencida fue a la tercera), pero al final lo conseguí. El dibujo se veía nítido y sin bocados en las líneas, como me ocurrió con los primeros.
Y una vez preparados todos los materiales, a estampar. Empecé con mucho miedo, mojando el sello cinco veces antes de cada aplicación y esperando varios segundos antes de levantarlo del zapato, pero una vez te pones, acabas estampando cual notario, poseída y, en mi caso, con una cierta enajenación asimétrica transitoria. Pero mira, al menos conseguí no emborronarlos y si no te fijas demasiado, eres incapaz de percibir que, en cada zapatilla, el número de anclas por fila y su orientación van por libre.
Misión cumplida. Soy consciente de que puede que el señor Amancio no me llame de urgencia para pedirme que trabaje en su departamento de diseño, pero a mi fondo de armario zapatil le va a venir de perlas contar con este par de marineras para el periodo de entretiempo. Yo me lo he pasado bien y hasta me gusta el resultado. Primera, que no última. Habrá que seguir probando.
¡Feliz lunes!